En la quietud de una tarde de domingo
invernal, dónde todo sucede a través de
un ventanal, espesos nubarrones grises
son el vehiculo que me transporta al
cálido verano austral para contemplar
un Cerro de cuarzo blanco cubierto con
un manto de mil colores, dónde el
silencio susurra, el viento acaricia y la
magia me envuelve en una interminable
comunión con la naturaleza., dónde
desaparecen las estaciones y las formas,
dónde todo se amalgama con la tierra
para poder vislumbrar un atisbo de
mi esencia.
El Cerro vive en mí y al suspirar oigo
el murmullo del rio, entre la brisa y el
canto de los árboles meciendo sus hojas;
y en la quietud del sol que me acaricia,
regreso al ventanal y a la realidad del
sueño invernal.