En la oscuridad de la noche
su silueta se hace visible
entre luces de neones.
Se acerca con sigilo,
lentamente, calculando
con precisión, el momento
del encuentro.
En la penumbra se entreve
la elegancía y la suavidad
del mito romántico que
seduce por el mero hecho
de alimentarse con la
conquista futil y vana
que engorda el ego.
Provisto de un instinto
natural, escudriña la
presa humana, complementaria
de sus propias carencias,
para alimentarse de su
sangre, de su cuerpo y
de su alma.
Observa, cuida y acecha
su presa con una seducción
firme, penetrante y dulce,
con un único objetivo, el
placer por el placer.
La victima se retuerce
lascivamente en un
increible movimiento de
abandono y rendición.
El objeto del deseo se
transforma en la esencía
del vampiro.
¿Quién vampiriza a quién?
¿Quién seduce a quién?
¿Quién alimenta a quién?
El erotismo atrapa al
objeto del deseo.
El erotismo engulle el
deseo del objeto.
El vampiro sucumbe
a la fascinación de
su victima.
El vampiro es seducido
por su propio deseo.