EL TREN DE LA MAÑANA

Decenas de ojos espectrales y sombrios
ocupan los vagones del tren, cada mañana.
Unos, legañosos y achicados, casi sin vida.
Otros, tristes y apagados, cubiertos de
pinturas exóticas que mal disimulan su
opacidad.

No miran a nadie; nadie los ve.
No observan nada; no hay nada
que admirar.

Parecen perdidos en un purgatorio
de estrechez, obligación y mimetismo,
dónde en cada parada, el tren se vacia
y descarga sus hacinadas miradas,
presto a acoger unas cuantas decenas
más de ojos somnolientos y vacios que
se dejan llevar a un destino incierto,
a un nuevo día que jamás comienza y
a una luz que no ven.

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