En el interminable atardecer
del solsticio de verano las
sibilas aguardan la llegada
de la noche para dejarse ver
y sacudir sus sombras alrededor
de las hogueras, conjurando
cientos de vidas truncadas,
en nombre de un Dios cruel,
por inquisidores, ignorantes
y necios.
Como espectros invisibles
danzan al pie de la fogata,
quemando conjuros y hechizos,
resurgiendo de las cenizas,
para recordar su naturaleza
inmortal al calor del fuego.
Regresan a un mundo, del que
jamás marcharon, para devolver
la magía que un día les arrebataron.