En un vergel de plata dos espadas
entrecruzadas atraviesan el escudo
de armas de tus ancestros.
Tres flores de lis en oro puro
coronan dos dragones alados que
rememoran tu noble casta y real
estirpe.
Surcas los oceanos, desapareciendo
tras el horizonte, a bordo de una
fragata de guerra en busca de la
justicia, la victoria y el honor.
Luchas, sin cuartel, con heroes y
villanos allende los mares, en mil
batallas, traiciones y sublevaciones,
en nombre de la revolución y de una
utopía que trasciende la propia guerra.
No hay batalla ni enemigo que resista
la grandeza de tu coraje, el sentido
del honor y del deber de esa idea de
justicia y verdad que corre por la
sangre de tus venas.
Sucumbes a la pena capital con la
certeza del anuncio, cada amanecer,
de una muerte segura pero el destino
aguarda un indulto, una enfermedad
y un trágico final.
La tuberculosis te acecha, como un
enemigo más, minando las fuerzas y
acallando flaquezas, con la ironía
de una debilidad más propia de una
dama que languidece de amor que de
un caballero de espada y fusil,
consumiendose en una lenta agonía,
en la que el militar se apaga y se
convierte en el alma de un ideal,
donde la muerte es la mayor de sus
victorias y su legado de paz.