Existe un mundo activo, bullicioso y
excitante, pero también otro, silencioso,
sosegado, misterioso y entre ellos sólo
hay un puente de estructura arcaica,
quebradiza y frágil que los comunica.
A veces elegimos el bullicio hasta que
la extenuación nos invita cortésmente
a dar unos pasos y adentrarnos en la
calma.
El paseo sacude lo superfluo y racional,
cuestionandose el ego, si merecía la
pena cruzar el puente.
Pero al igual que un animal guiado por
su instinto sabe a donde va, cada vez
que lo atravesamos, manifestamos y
hacemos realidad, todo aquello que
somos, a través del puente de la
espiritualidad.