París primero fué la calle de mi casa,
después, una historia de amor en una
maravillosa ciudad, con el corazón
partido por un rio.
Coches y tranvias transitan por la calle
París, conviviendo con el progreso, niños
jugando en las aceras, chicos de recados
vestidos con monos azules y caballeros
educados con trajes uniformados.
En la calle París se alza una casa de solida
estructura, recia y sencilla, con balcones
llenos de palmas y palmones de inquilinos
infantes, escondidos tras gruesas cortinas
de grandes ventanales, mirando el
transcurrir de su infancia.
La casa simula un pequeño palacio,
ornamentada con muebles de nobles
maderas, ricos ropajes y jarrones chinos.
Es la casa de la niña, de la madre, de la
tía y de la abuela; el hogar entrañable de
la infancia, la adolescencia y la madurez
pero también, del desapego, del dolor, de
la desaparición de los amados ancestros
y de la soledad.
Quiero honrar en mi memoria la casa
que me vió crecer, primero como niña,
despúes como mujer.
Quiero reconocer la fortaleza, el amor
y la solidez que imprimieron una huella
indeleble en mi alma y en mi forma de
ser.
La casa de la calle París pertenece a un
pasado que sigue su curso lejos de mí ,
pero está presente en los sueños más
profundos que forman parte de todo lo
que fuí, soy y seré, hasta perderse en
los límites del tiempo, de mi mente y
de mi ser.