Me acostumbré a mostrar la imagen
que los demás deseaban de mí,
buscando el afecto y la comprensión
y ocultando mi esencia tras una
apariencia correcta y formal, sin
fisuras, sin una sola ranura por la
que penetrar, para encontrar un
tesoro guardado, cerrado con cien
puertas y mil candados.
En la madurez de la existencia me
despojo del antifaz que cubre mi alma
y me desnudo sin miedo a mostrar,
por fin, mi cuerpo.
Liberando mi esencia de la prisión
de mis carencias y de la opinión de
los demás.
Me redimo de las cadenas que me
atan a la perfección, al afecto y a
la comprensión y en el camino abandono
la fragilidad, la rigidez , la incomprensión
y unas cuantas miserias más.
Sólo ansio mi propio respeto.